‘El desastre de OceanGate’: documental de Netflix expone la negligencia del CEO antes de la implosión del Titan
Era junio de 2023, cuando un submarino turístico desapareció frente a las costas de Terranova y el mundo entero se paralizó para seguir la extraordinaria historia. Tom Murray habla con el director de un documental de Netflix sobre el caso y se entera de los errores que condujeron al accidente
Es el estallido lo que provoca escalofríos en el nuevo documental de Netflix sobre la fatídica misión del submarino Titan. Pop... pop, pop. Es el sonido del casco del buque desintegrándose, hebras individuales de fibra de carbono que se rompen a medida que el insoportable peso del océano Atlántico lo sacude por todos lados. Como se muestra en Titan: El desastre submarino de OceanGate, estos presagios audibles de catástrofe fueron ignorados repetida e imperdonablemente, hasta que el sumergible terminó implosionando el 18 de junio de 2023 y mató a los cinco pasajeros a bordo.
Cuando se supo por primera vez que la expedición turística que iba a ver los restos del Titanic había desaparecido frente a las costas de Terranova (Canadá), la noticia se convirtió al instante en un frenesí mediático las veinticuatro horas del día. Un canal (NewsNation) incluso hizo una cuenta regresiva para el momento en que el buque se quedaría sin oxígeno. Durante los cuatro días que el sumergible estuvo desaparecido, la tragedia se transformó en un espectáculo, en el que el público participó con un sinfín de memes, teorías de conspiración y comentarios simplistas que eclipsaron el verdadero coste humano.
Para el documentalista Mark Monroe, el carácter viral de la cobertura fue tan inquietante como la propia tragedia. “Como observador casual de las noticias, me horrorizaba la idea”, me dice. “No apoyo ningún aspecto de las redes sociales. Creo que es algo malo. Así que se convirtió en una especie de punto focal de parte de mi ira en las redes sociales, en la forma en que la historia se vio tan arrastrada por la reacción de todo el mundo”.

Monroe, guionista detrás de las ganadoras del Oscar The Cove (2009) e Icarus (2018), y apodado el “encantador de los documentales” de Hollywood, se unió al proyecto de Netflix cuando supo que los productores habían conseguido una figura clave: David Lochridge. Lochridge es un exbuceador de la Marina Real y llegó a ser jefe de pilotos y director de operaciones marinas de OceanGate hasta que lo despidieron en 2018. “Él es la razón por la que estoy aquí”, ite Monroe. “Tuvo un papel fundamental en la construcción de esta empresa”.
A lo largo del documental, Lochridge describe a Stockton Rush, director ejecutivo de OceanGate, que se hundió con su barco en el último viaje del Titan. “Quería la fama, ante todo, para alimentar su ego”, asegura Lochridge. Uno de los momentos más alarmantes de la película ocurre durante una inmersión en el naufragio del Andrea Doria, frente a la costa de Massachusetts. Momentos antes de la misión, Rush informa a Lochridge que él mismo pilotaría el viaje en otro de los sumergibles de OceanGate. Durante el caótico y casi mortal viaje, Rush se aventuró demasiado cerca de los restos del naufragio y la nave quedó rodeada de escombros. Sin muchas ganas, al final cedió los mandos a Lochridge, quien los puso a salvo, pero su relación quedó irremediablemente dañada.
“La dinámica cambió”, comenta Lochridge en la película, antes de describir cómo fue excluido de las comunicaciones con otros ejecutivos de OceanGate. El tiro de gracia llegó cuando se permitió a Lochridge llevar a cabo su propia inspección del Titan, que supuestamente estaba listo para su viaje inaugural. Tras descubrir una serie de problemas de seguridad, lo convocaron de inmediato a una reunión en la que Rush le informó que sus servicios ya no eran necesarios.

“Para mí, era un individuo muy singular, una persona privilegiada, una persona con una larga historia dentro de su propia familia de impulsores y agitadores, de gente que tenía un impacto dinámico en la cultura”, me dice Monroe sobre Rush. El CEO nació en el seno de una familia adinerada de San Francisco y estudió ingeniería en la prestigiosa Universidad de Princeton, en Nueva Jersey. Como se muestra en el documental, su linaje se remonta a dos firmantes de la Declaración de Independencia, Richard Stockton y Benjamin Rush. “Cuando tienes esa educación en la que sientes que tienes que hacer algo en la vida, y entonces dices que vas a llevar al Titanic un sumergible experimental con material nunca antes utilizado, y pasan los años, pero sigues sin conseguirlo [...] Hablan de la presión del océano al descender, de las atmósferas. Creo que hay una presión intensa cuando una persona así dice que va a hacer algo”.
Titan se distinguía por estar hecho de fibra de carbono, que es más ligera y rentable que el acero aleado tradicional utilizado en los submarinos. Si Rush podía demostrar que el material funcionaba, ¿por qué no construir toda una flota de Titans que transportaran al fondo del océano a turistas de alto poder adquisitivo que pagaran 250.000 dólares cada uno, como el Jeff Bezos del mar? El problema fue que no pudo. El desastre submarino de OceanGate muestra cómo Rush burló repetidamente las normativas, ya fuera tergiversándolas a su voluntad o ignorándolas por completo. En una fase relativamente temprana del proceso, decidió que Titan no necesitaba ser “clasificado”, es decir, recibir una certificación conforme a las normas del sector de parte de un organismo independiente. El director ejecutivo insistía en que los expertos en clasificación no entendían su tecnología.

En la primera prueba de Titan en aguas profundas, Rush debía llevar el sumergible a una profundidad de 4.200 metros, 400 metros por debajo de la profundidad del pecio del Titanic. Unas extraordinarias imágenes del interior de la nave muestran a Rush cada vez más preocupado por los crecientes ruidos de estallido a medida que alcanza los 3.939 metros. “Casi”, murmura para sí antes de abandonar la prueba y regresar a la superficie, donde declara a modo de triunfo que la misión había sido un éxito. “Pude haber llegado fácilmente a los cuatro [mil metros], pero ¿para qué?”, dice a su equipo. Para Monroe, mostrar momentos como este era vital para ilustrar “las consecuencias de la toma de decisiones a lo largo de una década”, recalca. “Ahí es donde pensé que estaba el drama de la película: las decisiones que se tomaron paso a paso y que desembocaron en esta situación”.
De todas esas decisiones, el punto de inflexión fatal parece haberse producido en la inmersión número 80 del Titan, cuando se oyó un “fuerte estruendo” a bordo del buque. Para evitar un transporte costoso, el sumergible se mantuvo a temperaturas bajo cero en Terranova, en lugar de enviarlo a la sede de OceanGate en Washington para revisar si había grietas en el casco. “Le dije a Stockton: ‘No lo hagas’”, cuenta Tony Nissen, antiguo director de ingeniería de OceanGate, en el documental. “Una vez construido, no podrá congelarse. Si entra agua y lo dejas en condiciones de congelación y el agua se expande, se rompen las fibras [de carbono]”, le explicó.

Por supuesto, lo que ocurrió en la siguiente inmersión del Titan necesita poca explicación. De hecho, solo 10 minutos al final de la película están dedicados a los últimos momentos de la existencia del sumergible. En su lugar, la atención se centra en los que perdieron la vida y en las familias que quedaron atrás. El multimillonario británico de la aviación Hamish Harding, el empresario paquistaní Shahzada Dawood y su hijo Suleman, de 19 años, y el reputado experto en el Titanic Paul-Henri Nargeolet. “Hay una fría inevitabilidad en la historia. Todos sabemos adónde va. Todos conocemos el final”, ite Monroe. “Pero ese final afecta a la gente que sigue aquí, y por eso estamos contando la historia; esa es la gente con la que quería hablar”, argumenta.
La película de Monroe no se enfoca en la exploración de las profundidades marinas, más bien critica a quienes creen que están exentos de obedecer las reglas. Compara a Rush con un CEO de tecnología y hace referencia al lema de Facebook de Mark Zuckerberg (que descartó en 2014): “Muévete rápido y rompe cosas”. El director observa que hay una ambición en nuestra cultura liderada por muchos tipos que buscan la innovación en tecnología y piensan que se pueden hacer las cosas de otra manera. Que pueden cambiar el funcionamiento del mundo sin apegarse a las reglas. “Pero, como me gusta decir, hay reglas de la física, de la ingeniería y de la naturaleza a las que sí tenemos que atenernos. Y por eso no sé hasta qué punto es seguro moverse rápido y romper cosas cuando está en juego la vida de otras personas”, plantea.
El infame eslogan del fundador de Facebook es inquietantemente similar a los jactanciosos comentarios de Rush durante la reunión de salida de Lochridge: “Estamos haciendo cosas raras y yo me salgo del molde. No hay duda. Hago cosas que se salen del estándar por completo”. Como demuestra El desastre submarino de OceanGate, las normas existen por una razón.
‘Titan: El desastre submarino de OceanGate’ ya está en Netflix
Traducción de Michelle Padilla